La evolución y la necesidad de adaptación al sector de pertenencia
La evolución empresarial existe y deja permanentemente atrás nuestras competencias o nuestro valor añadido ideado en otro tiempo. Sea por obsolescencia tecnológica, por substitución de producto, por cambio en los hábitos de consumo, por presión de la competencia o por disrupciones en el sí de la empresa, los ciclos de vida empresarial existen y se suceden permanentemente en un proceso sin fin. Sin conciliación con dicho ciclo, el rendimiento del modelo de negocio puede verse lesionado y la rentabilidad estrangulada por aquellos que sí lo hacen. A su vez, si la adaptación al ciclo no es finalmente conquistada, la permanencia del negocio puede verse seriamente perjudicada.
Tal escenario no es maldad, sino un ciclo en movimiento que nace en la inercia de una realidad que nos rodea desde hace miles de años: lo llamamos evolución o progreso (sin él seguiríamos en las cavernas sin electricidad ni coche. Tampoco tendríamos ni medicinas ni internet )
Dicha realidad puede complicar a algunos, especialmente a aquellos cuyas referencias son las reglas de un mercado que se creía consolidado, pero que ha evolucionado tanto, que ya ni existe. Dicho de otro modo, la evolución deja fuera de competencias (internas y externas) a aquellos que mantienen su oferta fija mientras el mercado se movía.
La realidad evolutiva de los clientes y del entorno es lo que debe definir el modelo de negocio. Si la realidad se mueve, nosotros también debemos hacerlo con suficiente coordinación. El progreso tiene esta doble vertiente: los cambios ponen al frente a los que aprovechan los nuevos hábitos y circunstancias. A su vez, dejan atrás a los que dejaron su oferta fija mientras el entorno se transformaba (tanto en formas de trabajar como en hábitos de consumo, métodos de distribución y un largo etc.). Si los que se quedan atrás están excesivamente rezagados y sin ideas, la empresa entra en pérdidas o sobrevive gracias a una economía de guerra como único método defensivo. No obstante, una estrategia (aunque sea por omisión de decisiones) basada en las renuncias, acaba generando un mundo de restricciones que acaba imponiendo las decisiones diarias y condicionando la ejecución de toda estrategia. Como la pescadilla que se muerde la cola, si se acumula excesivo tiempo sin competencias, la situación acaba imposibilitando la solución en el sí del negocio, pues impide acumular la capitalización necesaria para reinvertir y transformarse en un ente competitivo. O al menos, en un ente con niveles de competitividad suficientes o estándares para las actuales exigencias del sector de pertenencia.
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